Mito del compromiso

Este es un artículo que me leí escrito desde el punto de vista de un hombre como muchoss le temen al matrimonio y a los mitos que se aferran..
Los mitos son necesarios para la humanidad porque son  capaces de explicar muy bien la vida con mucha fantasía y… poca realidad. Sísifo, Ícaro, las sirenas… el Chupacabras. Cada quien sabrá a qué mito se arrima para entender sus propios rollos.
Pero si de hombres hablamos, el padre de todos los mitos es aquel que nos define como gremio. El que nos juega a favor cuando queremos huir de una relación, pero en contra cuando ya la queremos tomar en serio: el miedo al compromiso.
Para empezar, quiero establecer algo: no es un mito. Es cierto. Muy cierto. Diría aquí que este (ni tan) mito está formado
a la inversa, con mucha realidad y poca fantasía. El hombre, en general, tiene miedo a comprometerse con una mujer
en una relación seria (y monógama), en gran parte porque le da flojera cargar con ese costal de piedras que son las ideas que condenso, a continuación, en estas sencillas oraciones que flotan ahí en el aire para quienes asumen un compromiso.
“Uuuh, no… Ya te perdimos”. ¿Perdón? Como si el compromiso significara vivir por siempre en una cueva apartada
del mundo por un río lleno de pirañas, por lo cual nunca verás a nadie más que a tu mujer por los siglos de los siglos.
“Adiós a tu libertad”. Como si la libertad que se adjunta a la soltería nos trajera cientos de mujeres a nuestra disposición
a diario, listas para tener sexo sin consecuencias ni remordimiento a la hora y lugar en que queremos. Como si la promiscuidad viniera en Uber.
“Es que a ti te pegan”. Como si el compromiso fuera un látigo mojado que cayera sobre nuestra espalda desnuda y
no se pudiera ni gritar por la mordaza del yugo de la mujer, esclavista del corazón. Todas estas farsas mentales así operan en nuestra cabecita.

¿De dónde salieron? Quién sabe. Pero los círculos sociales y familiares más cercanos se encargan de recordarlo en todo momento. Y apenas uno considera ligeramente la posibilidad de aplicarse en forma con una chica, estos pajaritos rondan y son tan poderosos que se sienten como pterodáctilos. Directamente desde la prehistoria. Que la soltería es la onda, por supuesto. Que ya no te gobiernas solo cuando andas con alguien también es cierto.
Pero, al menos en mi experiencia, estar en una relación comprometida no es el infierno. Yo digo que es como una buena
salsa. Pica, pero tiene su buen sabor. Además, hay que decir que del otro lado del género se fomenta un terror psicológico lamentable, siempre en forma de amenaza. Las mujeres no ayudan con ese discurso (también heredado) de que deben “pescar” un buen hombre. Entonces es el peor de los escenarios porque miedo contra miedo igual a guerra, y el escudo del hombre es el machismo. “A mí no me atrapan”. Cálmate, pez espada. Somos hijos de la generación del
divorcio socialmente aceptado, así que se entiende que el compromiso se vea como un anzuelo del que todo mundo
se quiera zafar. Pero entre mis amigos cercanos veo una regla muy clara. Los que más miedo al compromiso tienen
son los que más fuerte están gritando por dentro: “¡Necesito a alguien para mí!”. Partiendo de esta idea de que hombres
y mujeres estamos destinados a jugar eternamente al gato y al ratón, todos terminamos (casi siempre) desfigurando
nuestra idea original de la relación perfecta. Los noviazgos/free/aventurillas/ matrimonios acaban como el Frankenstein
de lo que pensamos era el amor.
No existe la relación perfecta porque no somos perfectos ni el mundo está hecho de esa manera… Pero lo cierto es que
nadie le tiene miedo a la imperfección. Así que si se les suben las pulsaciones por alguien que le tiene miedo al compromiso y no le quiere entrar a algo serio, y ustedes sí porque ya es tiempo razonable, mi recomendación es una sola y absolutamente clara: déjenlo ir. Córtenlo. Libérenlo. Desenganchen el anzuelo.

Ya de ahí sólo hay dos alternativas:

1) Buscará otra opción sentimental que le permita seguir con sus miedos personales,
2) Se da cuenta de que, en la realidad, las pirañas no muerden, que el harén está en casa y que el látigo no duele tanto.
Recordemos: a final de cuentas, el amor perfecto también es un mito.

 

Tomado de: www.pressreader.com

 

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